Somos parte de la naturaleza y participamos de sus ciclos. En verano -igual como les pasa a los árboles, que están con sus hojas más verdes que nunca; como a la mayoría de las plantas, que ofrecen sus frutos, y como a las aves, que muestran su plumaje nuevo-, hombres y mujeres renovamos energías y salimos del letargo de los meses invernales, estamos más dispuestos a nuevas actividades y hasta somos más atractivos. Este renacer es la primera razón por la que nos sentimos más felices en verano.
Los ritmos biológicos de la noche y el día, del frío y el calor, determinan nuestro ánimo. Así las cosas, en la mayoría de las personas, el verano despierta al organismo. "La tendencia del invierno, aunque no seamos osos, es producir un cierto estado de apaciguamiento e hibernación", cuenta Juan Yáñez, sicólogo y académico de la Facultad de Sociología de la Universidad de Chile. Cuando tenemos frío o está oscuro nos refugiamos. El calor y la luz, en tanto, nos invitan a salir de nuestra guarida, y así encontrar experiencias y aumentar el contacto con nuestros pares. ¿Eso influye en el estado de ánimo? Mucho. Se trata de la segunda razón por la que somos más felices en verano.
A continuación, las claves del porqué de nuestro amor a esta época del año.
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